Mi madre, mi vecina, mi hermana y mis amigas disfrutábamos de las novelas mexicanas, que a pesar de ser melosas y con un final repetitivo no podíamos perder ni un capítulo en la televisión. Luego llegaron las novelas dramáticas desde corea y japón.
Nos entretenimos mucho con las novelas colombianas, pero la televisión seguía siendo nuestro principal artefacto de conexión con ese mundo de guiones bañados en lágrimas, suspenso y dramatismo. Hasta que apareció en el mundo la internet y se fue perdiendo poco a poco ese interés en jamás postergar cada capítulo o escena de una novela y decidimos ser consumidores de archivos, al cual ya formo parte.
Pero pasar de la tele a la computadora no fue el cambio más crudo de ese novelismo que se adueñaba de nuestros corazones. Fue ver como poco a poco los hombres también se sumaron a estas historias y se concretó aún más con la llegada a las pantallas de la televisión y canales digitales las novelas llenas de acción, muerte, engaño y traición, es decir de las novelas donde la historia de los narcos se convierte en un best seller de consumismo televisivo.
Pasamos de finales felcices a historias exageradas de la realidad y donde el galán de la novela es un o de los más sanguinarios y crueles hombres de la sociedad. Mientras las mujeres se convierten en cómplices o esclavas sexuales, aunque en muchos episodios se convierten en la manzana de la discordia de los protagonistas.
Que nuevos cambios, formatos e historias nos depara el exigente público que hoy se ha masificado y diversificado en el mundo televisivo y sobretodo novelero. A esperar.
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